Si pensamos en druidas viene a nuestra mente la imagen de un
anciano de pelo y barba gris, vestido con una túnica blanca y blandiendo una
especie de varita mágica construida con una rama de árbol. Lo más probable es
que te lo imagines añadiendo un puñado de hierbas a un caldero en el que está
preparando una de sus pociones u observando sus runas en busca de una
respuesta.
El cine y la
literatura ha convertido la figura del druida casi en algo mítico, en un
personaje legendario que tenía en su poder la piedra filosofal, el tótem de la
sabiduría.
Sin duda alguna, uno de los símbolos más representativos de
la herencia que nos ha dejado la cultura celta es el de sus druidas. Estos no
sólo eran sacerdotes, también aplicaban su sabiduría a la astronomía, la
curación, la magia y la adivinación.
Grandes conocedores de la naturaleza, basaban su magia en
las propiedades curativas de las plantas y la energía de las piedras, al tiempo
que cultivaban su espiritualidad, requisito imprescindible para conseguir el
equilibrio necesario entre lo espiritual y lo material.
Los druidas tenían un conocimiento muy avanzado de las
fuerzas de la naturaleza, motivo por el cual se les suele representar rodeados
de árboles y animales. El culto a los árboles le permitía conectar con la
naturaleza, fundirse con ella hasta el punto de poder controlar las tormentas o
transformarse en animales y plantas.
Tan importante era esta conexión que para la iniciación era
necesario que el aprendiz viviera por una temporada en el bosque, apartado de
su comunidad y, una vez iniciado, debería abandonar esta para vivir la mayor
parte del tiempo entre los árboles. Sólo así alcanzaba la simbiosis con la
naturaleza y completaba sus conocimientos, siendo ambas cosas imprescindibles
para conseguir su capacidad mágica.
La magia de los druidas se dividía en dos corrientes, una
lunar y otra solar, oscuridad y luz, femenino y masculino, que se
complementaban la una con la otra.
La sabiduría de los druidas era transmitida de manera oral,
de un individuo a otro, por lo que una parte importante de sus conocimientos se
han perdido a lo largo del tiempo. Pero, por suerte, sólo fue una parte lo que
se perdió y no todo. La tradición ha ido pasando de una generación a otra hasta
llegar al día de hoy permitiendo a unos pocos privilegiados tener en sus manos
el poder de conocer y manejar las energías y las fuerzas de la naturaleza.
Combinando diversas plantas, flores y piedras o gemas y
ritualizándolos, el druida es capaz de concentrar todo su poder sobre el
control de los flujos energéticos en pequeños amuletos o talismanes que nos
ayudan a equilibrar las energías, alejando las negativas y atrayendo hacia
nosotros las positivas.
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